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López Obrador y Trump, la defensa absurda

Por más que profesemos un espíritu tolerante y libertario, es evidente que el posteo en redes exige algún tipo de limitación o de otra manera podría atascarse de excesos brutales.

No se puede permitir que una corporación, el dueño de Facebook o de Twitter decidan a quién sí y a quién no darle la posibilidad de comunicarse, dijo Andrés Manuel López Obrador el viernes pasado, horas después de que ambas plataformas decidieron bloquear la cuenta de Donald Trump. En cualquier otro momento, la frase habría sido polémica, desde luego, pero dicho por el Presidente provoca muchas otras lecturas en esta coyuntura, en la que multitud de fuerzas intentan evitar que Trump siga provocando destrozos en su escabrosa salida de la Casa Blanca.

En cualquier circunstancia y enunciado por alguna otra persona, se trata de un cuestionamiento legítimo, independientemente de la respuesta que merezca. El tema ya se había presentado la noche misma de la elección en Estados Unidos en noviembre pasado, cuando varias cadenas decidieron cortar la transmisión del discurso de Trump quejándose de un fraude electoral; las televisoras se negaron a difundir un mensaje ostensiblemente falso. Entiendo la postura, pero no la compartí en su momento. Primero, la noticia no es que hubiera fraude, sino el hecho de que el Presidente, que además era uno de los protagonistas del tema en cuestión, estuviera diciendo que existía un fraude en marcha. Las tres cadenas tuvieron que resumir minutos después lo que había dicho Trump para poder explicar que no había evidencias que respaldaran su dicho. Pero eso no significa que eso, su dicho, no fuera noticia (en realidad la nota recorrió el mundo). Fue mucho más atinado lo que hizo CNN, quien transmitió el mensaje completo pero, al percatarse del contenido, corrió un cintillo en la parte inferior advirtiendo al auditorio de que no existía alguna evidencia que diera pie a la acusación del Presidente. Incluso Fox, la aliada del republicano, lo hizo mejor: Inmediatamente después de sus palabras, el comentarista en turno advirtió la ausencia de pruebas al respecto.

La polémica regresa con la decisión de las plataformas de bloquear al Presidente estadounidense. Algunos dirán que es lo mismo, pero habría al menos una diferencia sustancial. En aquella ocasión se trataba de una noticia falsa; esta vez, en cambio, Trump utilizaba sus cuentas personales en estas redes sociales para lanzar una convocatoria para interrumpir violentamente un acto clave de la vida política del país; una instigación además, que habría resultado en una serie de delitos, incluyendo el fallecimiento de varias personas. Aun para un medio de comunicación tradicional, como Fox y CNN que transmitieron el polémico discurso de Trump el día de la elección, habría resultado éticamente insostenible mantener al aire un Presidente que estuviera convocando a una insurrección capaz de provocar muertos (salvo, claro, que se tratara de muertos en países como Vietnam o Iraq en su momento, pero esa es otra historia; y también lo es la indiferencia de Facebook o Twitter cuando Trump los utilizaba para decir que los mexicanos eran ladrones y viciosos).

Algunos otros pensarán que hay una diferencia entre medios de información capaces de hacer la curaduría inmediata de las noticias respecto a redes sociales que simplemente son un escaparate para publicar lo que a cada cual se le ocurra. Los primeros, los espacios periodísticos, “eligen” lo que trasmiten y cómo lo trasmiten. Los segundos, en cambio, sólo pueden aceptar o bloquear. Quizá pues exista una diferencia sutil en la manera en que la ética deba ejercerse en ambas plataformas. Lo cierto es que mientras que el debate sobre censura y ética periodística lleva 200 años, en redes sociales y blogosfera estamos apenas en pañales.

Por más que profesemos un espíritu tolerante y libertario, es evidente que el posteo en redes exige algún tipo de limitación o de otra manera podría atascarse de excesos brutales (pedofilia, conductas criminales y un etcétera que usted ni yo quisiéramos pensar). Pero ¿dónde detenerse en la tarea de restringir los excesos, los llamados al odio o la invocación a determinados delitos? Se trata de una tarea por demás delicada. Y, por otro lado, ¿quién será el responsable de hacerlo?

Por eso es que la pregunta de AMLO es conveniente, no así quien la emite. En cualquier otra persona, insisto, se trata de un cuestionamiento válido: ¿Serán los propios dueños los que decidan qué sí y qué no formará parte de la conversación pública? ¿Con qué criterios?

El problema es que planteado por el Presidente mexicano, justo cuando su amigo y colega se aferra al poder de manera cada vez más demencial, la pregunta constituye una defensa que vincula al Estado mexicano con las fuerzas políticas más oscuras de Estados Unidos. Es tal la división feroz y sin cuartel que ese país está viviendo a propósito del cambio de poderes, que un planteamiento de este tipo tiene una lectura política inevitable. Que López Obrador, quien difícilmente puede ser acusado de ingenuidad política, lo esté haciendo en momentos en que se avecinan cuatro años de Gobierno del rival de Trump, resulta difícil de entender. Incluso la mayor parte de la élite republicana, que hasta hace unos días actuaba incondicionalmente en favor del inquilino de la Casa Blanca, ha decidido tomar distancia de las acciones cada vez más disparatadas y peligrosas del presidente. No así López Obrador, quien parecería estarlo defendiendo hasta el último momento.

Si hay algún cálculo político en esto que favorece a nuestro País, cuesta verlo. Si sólo se trata de los gustos personales de nuestro Presidente, sólo esperamos que el costo para México no sea excesivo. Trump seguramente habrá de agradecérselo, el resto de los mexicanos no veo de qué manera.

Jorge Zepeda Patterson

@jorgezepedap

www.jorgezepeda.net

www.sinembargo.mx

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