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Lo que la clase media se llevó…

El asunto es que el contexto nacional no luce favorable para más polarización; un Gobierno que recibe en pocos días la visita de altos funcionarios de la CIA, del Departamento de Seguridad Nacional y de la vicepresidenta de los Estados Unidos expone los niveles de preocupación en temas bilaterales.

En México hay un consenso generalizado en sostener que se necesita un auge participativo para renovar cargos de representación popular, actores políticos, organizaciones civiles e instituciones partidarias. Para ello conviene saber cómo encarar los retos, identificar los factores productores de la indiferencia, hartazgo y decepción ciudadana así como los factores que incitan y estimulan su participación. El interés en la política es la antesala de la participación y el electorado mexicano en las últimas dos décadas ha aprendido a castigar con su voto los excesos, las omisiones e ineficacia de sus gobernantes. El triunfo de López Obrador en el 2018 fue posible por la convergencia de varios factores, donde destacó el hartazgo de las descomunales corruptelas del Gobierno de Peña Nieto; no obstante que en el palacio se construya el relato de que los 30 millones de votos fueron por simpatía y afinidad con el movimiento moreno y su proyecto. Nada más alejado de la realidad.

Se tiende a suponer que los conflictos más decisivos son los localizados en la esfera económica y que de ahí se trasladan a los espacios de la política y del ideológico cultural.

Ello ha influido en triunfos y derrotas electorales, pero en la reciente coyuntura los acontecimientos externos se sumaron a la estrepitosa derrota y colapso de la izquierda morena en la Ciudad de México.

Ello ha ocasionado que el Presidente no termine de procesar el golpe electoral y su mejor defensa ha sido la ofensa.

En la larga lista diaria de descalificaciones, amagos e insultos contra todo aquel que disienta de su misión y visión, a López Obrador le resulta impensable que un nutrido grupo de ciudadanos haya votado libremente de manera no coaccionada ni manipulada. En su burbuja mental algo así parece imposible, debido quizás a una torcida connotación de pertenencia y de entrega total a su cosmovisión política.

El manotazo electoral de los capitalinos y del electorado en los centros urbanos del País originó la imperdonable descalificación generalizada de una clase media etiquetada como aspiracionista, egoísta, clasista, racista, conservadora, manipulable e ignorante al no haber votado tres años después por su proyecto.

Inquieta ese lente presidencial empañado ya por la majestuosidad aspiracionista del palacio. En todas las épocas, la filosofía, la medicina y la sicología no sólo han buscado las explicaciones para el modo como funciona la razón, sino también para el origen y los efectos de las emociones. Para el político medio la sociedad es tan incomprensible que necesita buscar asideros morales para criticarla.

El inicio del tercer año de Gobierno tiene un impacto emocional en el Ejecutivo en turno y López Obrador no será la excepción con el agravante de que radicalizará sus posturas políticas y por ende a sus seguidores, legisladores y funcionarios.

El asunto es que el contexto nacional no luce favorable para más polarización; un Gobierno que recibe en pocos días la visita de altos funcionarios de la CIA, del Departamento de Seguridad Nacional y de la vicepresidenta de los Estados Unidos expone los niveles de preocupación en temas bilaterales sensibles por el fracaso mexicano en múltiples estrategias.

El margen para imposiciones presidenciales es estrecho en un mar de extendido desencanto y hastío del sermón mañanero. Impulsar iniciativas sin consensos perpetuando la beligerancia y violencia discursiva seguirá su curso de consecuencias políticas definiendo la hoja de ruta del 2024. La misma que hoy, pese a la propaganda triunfal, ha salido del control presidencial.

Marcela Gómez Zalce Licenciatura en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Iberoamericana. Maestría en Asuntos Internacionales por la Universidad.

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