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La labor de Olga Sánchez

La parejita que al entrar recibió un calendario con la estampa de Nuestra Señora de la Reverberación, cortesía de la gerencia, estaba llevando a cabo “the old in and out” que dijo Anthony Burgess.

Habitación número 210 del popular Motel Kamawa. La parejita que al entrar recibió un calendario con la estampa de Nuestra Señora de la Reverberación, cortesía de la gerencia, estaba llevando a cabo “the old in and out” que dijo Anthony Burgess. En el arrebato de la pasión él le pidió a ella: “¡Bésame, Susiflor!”. “Oh no” -rechazó ella con alarma. “¿Por qué no?” -inquirió el galán, extrañado. Explicó la muchacha: “Mi mamá me ha dicho que nunca debo besar a un chico en la primera cita”. Un industrial le comentó a su amigo: “Este año fue el peor para mi negocio desde hace varias décadas. Por causa del estancamiento económico perdí 10 millones de pesos”. “Eso no es nada -comentó el amigo-. Tu principal competidor perdió 50 millones, y otro 100”. “Vaya -suspiró el industrial-. Después de todo el año no estuvo tan mal”. Aplaudo -y con las dos manos para mayor efecto- a Olga Sánchez Cordero, secretaria de Gobernación, por los esfuerzos que está haciendo para lograr que los Congresos de los estados donde todavía se penaliza el aborto supriman de sus leyes esa indebida criminalización. Ciertamente al drama personal que afrontan las mujeres que abortan no ha de añadirse el castigo que en algunas entidades impone todavía la normatividad local. Tan injusta pena conduce a males mayores, como el de los abortos clandestinos, que a lo largo de los años han causado innumerables víctimas. En ese contexto la labor de la secretaria Sánchez Cordero es merecedora de amplio reconocimiento. Esperemos que los estados en que aún se impone pena de prisión a la mujer que aborta reformen su legislación por encima de todo prejuicio y todo dogma. Así se evitará sufrimiento a las mujeres y se cumplirá con lo que piden la justicia y la razón. Don Soreco empezó a notar que tenía problemas para oír. La primera vez que advirtió eso fue cuando su hija le anunció: “Tu nieto cumplirá 10 años. Le vamos a hacer una piñata”. “¡Ah no! -protestó don Soreco-. ¡A esa edad ya se la puede hacer él solo!”. Acudió, pues, a la consulta de un otólogo que lo primero que le preguntó fue esto: “¿Fuma usted?”. “Sí, doctor” -se apenó el visitante. (Y su pena era fundada. “Un cigarro -define el doctor Jonathan Lyman, oncólogo norteamericano- es un tubo de tabaco que en un extremo tiene fuego y en el otro un posible condenado a muerte”). “¿Bebe usted?” -prosiguió su interrogatorio el médico. “Bastante” -confesó don Soreco. (Cuidado con la bebida. El licor suprime las inhibiciones y propicia las exhibiciones). Inquirió el facultativo: “¿Anda con mujeres?”. “Todavía -se ufanó don Soreco-. Los años no me han quitado esa ‘sed constante de veneros femeninos’ a que se refirió López Velarde”. Concluyó el facultativo: “Su sordera es provocada por el tabaco, el licor y el sexo. Deberá usted renunciar a ellos”. “Al tabaco y al licor renunciaré -declaró don Soreco-, pero a las mujeres no. Y me tiene sin cuidado quedarme completamente sordo. Total, pa’ las pende... que oye uno”. Los recién casados iban a emprender el viaje de luna de miel. Habían dejado sus efectos personales en el cuarto de la chica, y fueron a recogerlos. El papá de la muchacha le preguntó a su esposa: “¿Dónde están los novios?”. Contestó la señora: “Arriba, juntando sus cosas”. Se asombró el señor: “¿Tan pronto?”. Don Chinguetas estaba pensativo. Quiso saber doña Macalota, su mujer: “¿En qué piensas?”. Para halagarla respondió Chinguetas: “Estoy pensando en mi querida esposa, mujer casta y honesta, virtuosa, pura, decente, siempre fiel”. “¡Canalla infame! -estalló doña Macalota-. ¡Nunca me habías dicho que tuviste un primer matrimonio!”. FIN.

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