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La brecha política juvenil

En la pasada jornada electoral padecimos una vez más un alto abstencionismo juvenil

En la pasada jornada electoral padecimos una vez más un alto abstencionismo juvenil. Los partidos políticos deberían aprovechar el calendario para reflexionar sobre sus propios yerros antes que repartir culpas. La autocrítica postelectoral es indispensable para recuperar la confianza de grupos de edad distantes o exigentes.

La capitulación de los comicios da cuenta de un ambiente partidista hostil para las juventudes. Si la política es vista como un campo rígido y dominado por las cúpulas se debe en gran parte a que las agendas juveniles están subrepresentadas. Que sean contados los espacios ocupados por menores de 35 años en el diseño y ejecución de política pública refleja factores estructurales adversos para la sangre fresca. Las candidaturas a puestos de elección popular se han vuelto prácticamente indisputables para los jóvenes, forzándolos a transitar por las avenidas de las bendiciones. Aquellos cuadros que descuellan típicamente emanan de alguna subordinación y no de una historia propia; ello alimenta que evadan discursar sobre temas que podrían despertar el interés de sus coetáneos.

Un lugar común en contra de la juventud política suele ser la inexperiencia. Sin embargo, la ausencia de roce relevante subestima varios aspectos. En primer lugar, la inexperiencia suele producirse precisamente por el reciclaje de nombres. En segundo, la ausencia de vicios acumulados es también virtud: Los jóvenes están rodeados de menos intereses particulares y cargan a cuestas menos formas anacrónicas. En tercero, los jóvenes suelen ser más adaptables a circunstancias cambiantes: Son en promedio más enérgicos, tienen menos ataduras familiares y han estado más expuestos a tecnologías emergentes. En una era digital cada vez más demandante, la movilidad política debería convertirse en un valor incontrovertible.

La sobreoferta de jóvenes inexperimentados encuentra raíces en la desatención de la formación política formal. Los institutos pedagógicos partidistas acumulan años de abandono y subinversión, y son frecuentemente minados por el tribalismo. Ausente una formación rigurosa, los campos de prueba a los que los jóvenes pueden recurrir se estrechan; las curvas de aprendizaje se dilatan, y los procesos de selección se interrumpen. Un cuadro político formado en Gobierno es mucho más proclive de ser devorado por la coyuntura y la inmediatez que uno pulido en la reflexión cultivada sobre lo público.

Pero las oficinas gubernamentales y partidistas no son los únicos campos de práctica para los jóvenes. La formación informal también juega su rol específico y suele ser igualmente desestimada. Las redes sociales, los medios de comunicación, las tertulias periódicas, los concursos de debate y las asociaciones estudiantiles universitarias son potenciales semilleros que los partidos políticos deberían intentar controlar menos y buscar monitorear más para la oportuna detección de promesas. Sin un seguimiento sistemático y un encauce formativo, las voluntades individuales se distancian cuando deberían retroalimentarse.

En las campañas recientes abundaron relatos sobre jóvenes desmotivados o desilusionados. Es un momento oportuno, ya entrados en un calendario postelectoral apacible, para reflexionar sobre la brecha política juvenil. Aunque la formación cívica básica y los medios de comunicación públicos deben aportar su cuota de responsabilidad para cerrar el déficit, los partidos políticos deben liderar con el ejemplo. Caso contrario, el elefante reumático del que habla AMLO no solamente será más difícil de empujar, sino que podría resignarse a volver a danzar al compás de la milonga.

Mario Campa

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