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Estados Unidos, en riesgo

La gran desgracia es que esa supuesta "defensa patriótica" de Estados Unidos que piensan practicar los seguidores de Trump arraiga en una falacia.

La semana pasada, el analista y autor Robert Kagan, un conservador de larga trayectoria que dejó el partido republicano tras la nominación de Donald Trump en 2016, dio a conocer un ensayo que ha causado justificado revuelo en Estados Unidos. La pieza, publicada en el Washington Post, advierte de una crisis constitucional en ciernes, sin precedente en la historia estadounidense. "Hay una posibilidad razonable de incidentes de violencia masiva, un colapso de la autoridad federal y la división del País en enclaves rojos y azules en guerra durante los próximos tres o cuatro años", escribe Kagan. Su preocupación se resume en la confluencia de tres factores: Una creciente polarización política, la voluntad del partido republicano de modificar leyes electorales a su conveniencia a escala estatal y la ponzoña trumpista, que ha inyectado en la vida pública estadounidense el fantasma de un (inexistente) fraude electoral y ha erosionado la confianza en la democracia.

A Kagan le preocupa, sobre todo, el 2024. Está convencido, como la mayoría de los analistas, de que Donald Trump será el candidato presidencial republicano. Kagan augura una elección cerrada que probablemente dará pie a disputas en los estados con resultados más estrechos, con los republicanos en pie de guerra, dispuestos a modificar el veredicto en las urnas de manera claramente antidemocrática. Y le alarma la reacción de los simpatizantes de Trump. Los imagina retomando el agravio que derivó en la violenta toma del Capitolio. "Sería una tontería imaginar que la violencia del 6 de enero fue una aberración que no se repetirá. Debido a que los partidarios de Trump ven esos eventos como una defensa patriótica de la nación, hay muchas razones para esperar más episodios de este tipo", dice Kagan.

La gran desgracia es que esa supuesta "defensa patriótica" de Estados Unidos que piensan practicar los seguidores de Trump arraiga en una falacia. Contra lo que Donald Trump y sus simpatizantes insisten, Trump no fue víctima de ningún fraude electoral. Joe Biden es el presidente legítimo de Estados Unidos y el sistema electoral del país funciona con la misma eficacia con la que ha funcionado por siglos, en los que los perdedores reconocieron sus derrotas y los ganadores agradecieron el favor del electorado, y a otra cosa (hay, quizá, una excepción: La elección del 2000, en la que la Suprema Corte detuvo un recuento en Florida que, tal vez, habría puesto en duda el triunfo del republicano George W. Bush).

El mito del fraude ha sido desmentido una vez más en días recientes, cuando un recuento innecesario y extemporáneo promovido por el Partido Republicano en el muy disputado Estado de Arizona arrojo no sólo los mismos resultados del conteo original del 2020, sino que culminó con más votos en la columna de Joe Biden. No sólo eso: Documentos revelados también en las últimas semanas confirman que el equipo de Trump diseminó rumores y calumnias sobre el supuesto uso fraudulento de máquinas electrónicas de votación a pesar de que sabía que carecían completamente de sustento. En otras palabras: Está comprobado que el equipo de Trump sabía que estaba mintiendo sobre el fraude electoral, y a pesar de ello envenenó la confianza pública en el proceso. Se trata de un atropello moral inédito en la historia estadounidense.

La pregunta es si sirve de algo conocer la verdad detrás de la construcción de esta nociva patraña. Evidentemente, la respuesta es sí: Los estadounidenses deben saber que no hubo fraude y su proceso electoral funciona. Pero el daño ya está hecho. Trump calumnió a la democracia de su país y algo quedó. Y no cualquier cosa. Como sugiere Robert Kagan, lo que dejó Trump ha sido una herida enorme y un agravio punzante entre millones de votantes que se piensan robados. ¿Qué forma tomará dicho agravio en el 2024, con Trump en la boleta otra vez? De ahí la alarma de Kagan, y de tantos más.

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