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El matrimonio, de la prehistoria al futuro

El matrimonio no es invento de ninguna ley humana ni resultado temporal de la buena idea de alguien, sino una realidad connatural al ser humano desde su origen.

La historia del matrimonio lo presenta como una de las instituciones que más formas ha tenido a lo largo de los siglos. Los precedentes históricos del matrimonio datan desde antes de la aparición del Homo sapiens, concretamente desde el homínido conocido como Ardipithecus ramidus, que vivió hace entre 4 y 5 millones de años y que según estudios paleoantropológicos fue prefiriendo caminar en sus dos pies y dejar sus manos disponibles para llevar el alimento a la hembra de manera que ésta lo prefiriese a él y no a otros homínidos, y para cuando la evolución lo llevó hasta el Homo sapiens -el ser humano- hace por lo menos unos 300 mil años, ya habría un motivo relacional entre los dos sexos más allá de una relación exclusivamente genital, sino además de entendimiento y servicio.

Como quiera que fuese, es muy lógico pensar que la relación complementaria entre la mujer y el varón partió de un contenido genital para luego crecer en un entorno de sexualidad avanzada que finalmente llegó a una convivencia de entrega recíproca y permanente con las consecuencias más naturales de una relación de ese tipo que son los hijos, como por igual ocurre con las demás especies sexuadas.

La convivencia, entrega y permanencia de la pareja primitiva podemos imaginarlas como condiciones para lograr la excelencia en aquella singular relación de apareamiento biológico y de una reciprocidad a “nivel sapiens”, humano.

Dicho de otra manera, la relación de convivencia entre una pareja de sexos diferentes cumpliría con la inclinación natural -animal- de perpetuar la especie a la vez de ofrecer el mejor ambiente en el que se mejorasen entre ellos y ofrecer a los hijos el mejor entorno para su sobrevida, su seguridad, su mejor desarrollo físico, emocional y social.

Esto es precisamente lo que procura, casi instintivamente, la familia de todos los tiempos. Pero la Historia da también razón de que, si bien la modalidad de relación y convivencia en pareja de sexo diferenciado es la única modalidad totalmente natural, ha existido ciertamente una serie más diversa de modalidades de convivencia humana en pareja de manera que podemos citar, por ejemplo, la modalidad ya no sólo monógama (hombre y mujer) sino también polígama (un hombre con varias mujeres, excepcionalmente una mujer con varios hombres), o el soroato (cuando el varón viudo debe casarse con una hermana de la difunta esposa), el incesto (entre familiares cercanos como hermano con hermana), el matrimonio endogámico (entre varón y mujer del mismo núcleo familiar pero no muy cercanos entre sí), el llamado “matrimonio lavanda” cuando se casa un heterosexual con un homosexual o bisexual para mantener una apariencia pública “estándar”, así como la unión entre dos homosexuales o dos bisexuales o entre un homosexual y un bisexual, lo que desde el punto de vista jurídico se conoce como matrimonio igualitario, etcétera.

En toda esta convulsa histórica de la relación esponsal, que ocasiona perplejidad y confusión, prevalecen dos hechos: Primero, que tal y como anota Jorge Adame Goddard (ISBN 978-607-02-9676-5, UNAM), el matrimonio puede y debe ser regulado jurídicamente, pero no es creado ni definido por las leyes; es una realidad que ya está antes de la ley. Y, por otro lado, que el matrimonio en su origen es la unión estable de una mujer con un varón para beneficio carnal y afectivo mutuo, promover el crecimiento y el desarrollo integral de la familia y de la sociedad en general.

En otras palabras, el matrimonio no es invento de ninguna ley humana ni resultado temporal de la buena idea de alguien, sino una realidad connatural al ser humano desde su origen y cuya razón de ser es el beneficio mutuo de los esposos, la generación y promoción de los hijos y constituyente fundamental de la familia humana.

Médico cardiólogo por la UNAM. Maestría en Bioética.

CORREO: jesus.canale@gmail.com

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