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El estado de ánimo con el paso de los años

La risa, el optimismo y el buen humor son maravillosos recursos que tenemos los humanos para darle un sentido positivo a nuestra vida.

Es frecuente que una persona, siendo adolescente, cuando no tiene ningún problema de relevancia, su estado de ánimo rebose la alegría y buen humor.

Escuchaba a un grupo de jóvenes que en sus habituales reuniones les daba como una especie de “un ataque de risa” y le pregunté al líder de ellos -Mike- quién hacía muchas bromas, mostraba “memes” de su celular y contaba chistes a sus amigos, cuál era el motivo de su constante buen humor y me respondió:

-“Nada en especial, sólo disfrutamos de nuestra juventud”.

Esa respuesta me hizo reflexionar sobre tantas personas que mientras son jóvenes suelen ser muy alegres, pero al llegar a su etapa otoñal, cuando surgen las dolencias y enfermedades, comienzan a perder ese buen ánimo y se vuelvan serias, pesimistas, o tal vez malhumoradas.

Por ello es importante:

-Si llega la edad de la jubilación, buscar otra actividad que ilusione.

Y para conservar la salud mental, ¿qué conviene hacer?

-Aprender a combinar trabajo y descanso; el ejercicio físico y el desarrollo de algunos hobbies, propios de la edad.

-También es importante descubrir qué actividades nos producen descanso.

-Hay que saber encontrar lo que verdaderamente relaja y anima. Porque para recuperar energías “no es no hacer nada”, sino orientar nuestra actividad hacia lo que nos sirve de provecho, o cualquier otra actividad que nos entretenga.

-Es importante socializar y conservar a las amistades. Que “no es perder el tiempo” sino una necesidad vital. Como decía el filósofo Aristóteles: “Sin amigos nadie querría vivir. La amistad ayuda a los más jóvenes a no cometer errores y alivia la vulnerabilidad de los viejos”.

-También es clave pensar en positivo. Por ejemplo, aprender a disfrutar de una película, de una serie de TV o de un cómico que particularmente nos divierta.

Existen disparadores de la risa y el buen humor, según afirma el filósofo francés Henri Bergson, como son: La confusión, el suceso inesperado, lo ridículo, lo ilógico, lo exagerado, la imitación, los juegos de palabras, etc. Charles Chaplin y Cantinflas cultivaron ese arte y emplearon con maestría esos recursos.

Tomo un ejemplo de “Lo ridículo”. Seguramente muchos de nosotros recordamos aquellas películas de Cantinflas cuando bailaba un “danzón”. Se colocaba en el centro de la pista con una elegante dama en una fiesta de gente adinerada. El cómico iba vestido con un smoking negro con una talla mucho más chica y mal puesto.

Cantinflas solía decir que así era “su estilacho”. Su pantalón estaba colocado, muy por debajo de la cadera. Pero, llevaba con tal inspiración y soltura el ritmo, que la dama optaba por disculparle de sus extravagancias.

En un momento dado, Cantinflas se emocionaba tanto con el baile, que improvisaba “nuevos pasos”: Daba brincos a derecha e izquierda, pequeños saltitos por aquí y allá, y finalmente al terminar ese “danzón”, daba un enorme brinco, de tal forma que, al caer con estrépito, sus pantalones tan frágilmente amarrados con un mecate, iban a darle a los pies y tenía que hacer un vergonzoso mutis, ante la risa de los concurrentes al baile.

Aunque muchas películas de Cantinflas propiamente no me tocaron por mi edad, sin embargo, el hecho de volverlas a ver con cuidado y observando cada detalle nos encontramos con un cómico muy completo. Me refiero a esas películas de su primera época, como: “Ahí está el detalle”, “El Gendarme desconocido”, “Por mis pistolas”, “¡Puerta, joven!”, “Si yo fuera diputado”, “El Bombero atómico”, etc. en las que derrochaba gracia y espontaneidad.

“Reír será siempre la mejor terapia para el espíritu -como escribe el filósofo Miguel Ángel Martí García. Si nuestra disposición interior es buena en todo momento, hay motivos para ver el lado bonito de las cosas. (…) El deseo para hacer felices a los demás es el verdadero motor que nos mueve a poner la nota simpática”.

Me parece muy aprovechable este concepto final: “El deseo de hacer felices a los demás”. Porque interviene la caridad y fraternidad para hacer la vida agradable con quienes convivimos.

Como aquel amigo -ya mayor- que tenía a varios familiares y amistades internados en hospitales o enfermos en sus domicilios. Cuando alguien contaba un chiste muy gracioso, solía decir:

“-Permíteme anotar en mi libretita este chiste porque me parece muy bueno”.

“-¿Y para qué los anotas?” -le pregunté.

“-Porque de ordinario los enfermos suelen estar pensando casi de continuo en sus padecimientos. Y con unos buenos chistes les ayudas a que salgan de su propio yo y mirar el lado divertido de la vida”.

Me quedé pensando en esa explicación y saqué esta conclusión:

“-¡Esa sí que es fina caridad! Hacer el bien a los demás, sin que se den cuenta”.

La risa, el optimismo y el buen humor son maravillosos recursos que tenemos los humanos para darle un sentido positivo a nuestra vida, para estrenar con ilusión cada día, como si fuera el último de nuestra existencia.

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