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Credo por México 

Te declaro mi amor, magnífico País. Esta patria plomo triturado, patria cabizbaja, patria confrontada, pero patria al fin. Y te digo: Hoy toca creer que México puede ser mejor, como decía mi extrañado Germán Dehesa.

Días de desasosiego. Días de incertidumbre. Días de sentir que sopla un mal viento, desconsolado, agreste, que seca todo lo que toca. Así se siente vivir en México a comienzos del 2021. Así se siente contemplar a un País asolado por la pandemia, la violencia, la penuria de unos y la indolencia de otros. El clima prevaleciente es peleonero, duro, e incluso resignado a serlo. Y muchos nos preguntamos cómo mantener latiendo ese músculo obstinado que es el corazón, cuando por todas partes tantos cargan el pesado fardo de la desesperanza. Confinados o atemorizados, cuesta trabajo distinguir la transformación de la destrucción, el avance del retroceso, la verdad de la mentira pregonada desde el púlpito de la política.

De allí la importancia de asumir el papel que nos corresponde ante la adversidad; de procurar aquello que advertía Eleanor Roosevelt: Ser velas y no sólo maldecir en la oscuridad. Armar una cartografía de nuestras convicciones compartidas, y tender puentes de entendimiento que trascienda a la tribu y quien la encabeza. Eso que une en lugar de dividir. Eso que cura en lugar de herir. Eso que debería llevarnos a actuar y creer, remediar y proponer, entender el porqué de la concentrada rabia. Disipar la neblina del temor y la duda, para decir yo creo en México, cómo lo escribí en El país de uno.

Creo en las mujeres del alba y las mil voces que alzan contra el frío y el hambre y la enfermedad y los desaparecidos. Creo en el País bello como alcatraz y triste como sollozo. En la ronca tristeza de los intubados en algún hospital y la gris melancolía de quienes esperan afuera. Creo en el ciudadano que no está dispuesto a ceder sus derechos. En la participación desde abajo que no se somete a los dictados desde arriba. En la justicia social que no se vuelve pretexto para la manipulación electoral. Yo creo en el generoso País de luz en el Zócalo al amanecer, de volcanes arremolinados de neblina, de campos erizados de agave. Un criadero de inexpugnables fortalezas.

Le agradezco a México tanta buena voluntad, tanta buena inteligencia, tanto compromiso de personas de alto cielo, que son acero y alma y aliento diario. Porque debajo de los puños alzados y los huracanes de odio y los ríos de insultos, y la terrible tarea de contar muertos, hay lo que nos pertenece. Las honorables decisiones de tantos hombres y mujeres de bien: Médicos y enfermeras que cuidan, vacunan, atienden, paralizando el ruido amargo de las calles, dando voces de esperanza. Voces para pelear contra el miedo, el influyentismo, el abuso, el uso arbitrario del poder, nuestro mar de agobios.

Te declaro mi amor, magnífico País. Esta patria plomo triturado, patria cabizbaja, patria confrontada, pero patria al fin. Y te digo: Hoy toca creer que México puede ser mejor, como decía mi extrañado Germán Dehesa. Hoy toca recobrar la posibilidad de imaginarlo, las ganas de concebirlo. Desde los palacios nos dicen que lo nuestro es aceptar, callar, aplaudir. Nos exigen el horrendo vicio del conformismo, la postración, el despojo permanente, la connivencia con autoridades abusivas y dinosaurios de todo tipo. Nos convocan a la docilidad y a la sumisión ante el poder que pesa e impone cada vez más. Pero con fecha de hoy, el México que merecemos -abierto al mundo, abierto a la innovación, ansioso de progreso y salud para todos- puede ser visible y acariciable si los ciudadanos contribuimos a ello. Yo lo haré con más brío que nunca, desde el único lugar que conozco: Delante de las palabras, afiliada al partido de los insistentes.

Y hoy toca anunciar que la suave patria, halagada por López Velarde, es hoy para mí la presencia de mis hijos, la añoranza por mis muertos y una infinita prisa de progreso, justicia, recuperación y rescate del País doliente. Es la Sierra Tarahumara, el mar en La Querencia, la música de Manzanero, el santo olor del cafetal, nubes de jacarandas, un atardecer en San Miguel de Allende, la honda noche del encierro y el deseo de caminar lento -otra vez, algún día- por el malecón de Veracruz, al son de mujeres sonrientes. Contra todo, y a pesar de tanto, seguiremos siendo de aquí: De México.

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