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Buscándolos, seguiremos 

Vi el documental Te nombraré en silencio, un homenaje a "Las rastreadoras de El Fuerte", un acompañamiento a esas mujeres aguerridas que escarban la tierra en busca de sus suyos

Carta a mi hijo,

Te pienso, te extraño, te escribo, hoy con añoranza particular. Vi el documental Te nombraré en silencio, un homenaje a "Las rastreadoras de El Fuerte", un acompañamiento a esas mujeres aguerridas que escarban la tierra en busca de sus suyos. Tú no formas parte de la numeralia de los desaparecidos, los 70 mil ausentes. Aunque lejos, ahí estás y puedo, cada par de meses, tocarte, abrazarte, verte sonreír, acariciar tu pelo como cuando eres niño. Ellas no. Ellas son las madres heridas, víctimas de la patología de las armas, y la violencia, y la guerra sin fin. Caminan, con picos y palas, entre el dolor y la esperanza, con la cara de alguien impresa en la camiseta, la falta de alguien agrietando el corazón.

Termina la película. Lloro. Corro a tu cuarto, a tocar la ropa que dejaste, a hojear los libros que has leído, apilados sobre el escritorio. Si te marcara por el celular quizás contestarías, o me mandarías un mensaje de texto, un emoji. Pero pienso en qué sucedería si eso no fuera así. Si algún día desaparecieras, y tu nombre y tu cara acabaran pegados en un póster, o en una lista elaborada a mano por un funcionario de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, o la Comisión Nacional de Búsqueda. Si tuviera que buscar huesos en el desierto, de tacones, como "la mujer de las zapatillas". Si recorriera paraje tras paraje, armada con una varilla de metal, como las que ellas cargan. Cuando la entierras, sacas la punta y la hueles, sabes que abajo hay algo humano. Yo estaría ahí, bajo el sol acribillador. Olería la tierra hasta encontrarte.

Sentiría lo que ellas sienten. Que la violencia es algo ajeno, hasta que te toca. Que tendré una vejez muy triste; se me perdió mi hijo. Que una madre se vuelve perra para defender a quien parió y yo sería una fiera. Sé qué número de tenis calzas, cuánto mides, qué parte de la muñeca te rompiste en un accidente en la patineta. Sé tus señas de identidad y las repetiré en una oficina tras otra. Denunciaría -como "Las Rastreadoras" lo hacen- a los peritos incompetentes, a los fiscales indolentes, a los gobiernos que nos ignoran porque mientras no apareces, no cuentas como muerto. Y a los presidentes no les gusta que crezca el número de muertos.

Me aprendería todos los huesos del esqueleto humano, trazándolos en el póster pegado en la oficina de las buscadoras. Aprendería a reconocer partes de la mano, entre los restos de animales de carroña bajo la tierra reseca. Sabría que el mayor número de desaparecidos los producen las policías municipales porque les pagan tan poco que terminan vendiéndose al narco local, o al crimen organizado. Entendería que "Gobierno es Gobierno; la misma chin...", prometiendo y luego dejándonos solas. Ellas los llaman "delincuentes con charola". Y sabiendo que quien busca es una amenaza ante los poderosos que te dan la espalda, también haría lo que ellas hacen: Despedirme de mis cosas al salir de casa. No sé si volveré. Sentiré miedo de hurgar, miedo de encontrar, miedo de no hacerlo.

Te nombraría en silencio, y en voz alta, y a gritos. Como ellas nombran a Roberto, y a Juan, y a Jesús, y a Josué, y a Salvador. Aprendería a perdonar porque "no buscamos culpables; buscamos nuestros tesoros". Pondría tu lugar en la mesa todas las noches. Te platicaría mientras preparo el café por las mañanas. Saldría a caminar, a buscarte, aunque me duela decir que estamos caminando sobre muertos. Y te extrañaría siempre. A ratos se me olvidaría que no estás, y te marcaría para platicarte en qué ando. Recordaría todo el amor vertido en ti. Mi muchachito. Abrazaría muy fuerte a quien encontrara al suyo, aunque fueran sólo sus dedos. El amor se volvería un acto de heroísmo.

Marcharía a Palacio Nacional, al Senado, a la Fiscalía General, con las otras guerreras que no se rinden. Detendría la suburban del Presidente, y golpearía la ventanilla para exigirle que cumpla con su promesa de parar la violencia, y escuchar a las víctimas, y crear una Comisión de la Verdad. Denunciaría un país que permite la desaparición de nuestros hijos, que rompe sus cuerpos y nuestra alma. Nadie es inocente aquí. Todos somos cómplices por desidia o ignorancia o lealtad política o privilegio de clase. Hasta que una noche, tu hijo no vuelve a casa. Dejas de ser madre para convertirte en rastreadora. Y yo prometería seguir y sobrevivir por ti. Hasta encontrarles.

Denise Dresser

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