Humor dominical
La madre de Tirlito, mancebo en flor de edad, se preocupaba por la salud moral de su hijo. Con inquietud lo interrogó: “¿Estás saliendo con muchachas buenas?”. “Sí, madre -le aseguró Tirlito-. No tengo dinero para salir con muchachas malas”.

Noche de bodas. Los recién casados disfrutaron cumplidamente los deliquios de himeneo, y no sólo una vez, sino dos o tres. Amaneció el día, y la ingenua desposada miró la entrepierna de su maridito. Preguntó llena de congoja: “¿Eso fue todo lo que nos quedó?”.
El conferencista les hizo a sus oyentes una trascendental pregunta: “¿Quién es el mejor hombre que ha vivido sobre la faz de la tierra?”. Una señora dijo: “Jesús de Nazaret”. Opinó un joven: “San Francisco de Asís”. Levantó la mano un pequeño señor, y con voz audible apenas declaró tímidamente: “El mejor hombre que ha vivido sobre la faz de la tierra es Carmelino Patané”. “¿Carmelino Patané? -se desconcertó el orador-. Jamás he oído hablar de él. ¿Quién es?”. Respondió el señorcito: “Es el primer marido de mi esposa”.
Afrodisio Pitongo, sujeto dado a la concupiscencia de la carne, pasó la noche en el departamento de Aretina, muchacha sabidora. El Sol asomaba ya sus pompas por los balcones del Oriente cuando ella se dispuso a preparar el desayuno. Le preguntó a Pitongo: “¿Cómo te gustan los huevos?”. Respondió prontamente el individuo: “Sin fertilizar”.
La madre de Tirlito, mancebo en flor de edad, se preocupaba por la salud moral de su hijo. Con inquietud lo interrogó: “¿Estás saliendo con muchachas buenas?”. “Sí, madre -le aseguró Tirlito-. No tengo dinero para salir con muchachas malas”.
Después de revisar en exhaustivo modo a su escultural paciente el médico se dirigió a ella con solemnidad: “Lamento tener que decirle algo, señorita Grandpompier”. “¿Qué, doctor?” -se angustió ella. “Que se vista” -respondió el facultativo, apesarado.
Garambulla, joven campesina, se vio en el último extremo de la necesidad. No tuvo ya aquel día ni siquiera para saciar el hambre. Desesperada entró en el huerto de don Usurino a fin de robarse unos elotes. La descubrió el avaro propietario y le echó mano. La amenazó, siniestro: “Llamaré a la Policía para que te lleve a la cárcel”. “¡No lo haga! -suplicó la desdichada-. ¡Prefiero morir antes que sufrir esa deshonra pública!”. “Entonces -le dijo el ruin sujeto- tendrás que sufrir una deshonra privada”. Con gran sentido pragmático Garambulla replicó: “Si es privada no es deshonra”. Y así diciendo se sometió a la lascivia del malévolo carcamal, quien le había ofrecido los elotes a cambio de la correspondiente contraprestación. Terminada la deshonra la muchacha le dijo al libidinoso viejo: “Asegunde usted, don Usurino. Ahora que estaba acostada vi también unas manzanas muy buenas”.
“Es cierto, señor juez -reconoció la mujer-. Descalabré a ese hombre. Pero es que me dijo una cosa muy fea”. “¿Qué le dijo?” -inquirió el juzgador. Replicó ella: “Me llamó ‘prostituta barata”. “Entiendo -dijo el juez-. Y ¿con qué lo descalabró?”. Precisó la mujer: “Con una bolsa de monedas de un peso”.
No terminan las desazones conyugales de la esposa de Chinguetas, sujeto a quien de sobra conocemos: Es un vivalavirgen sin conciencia de lo que se debe al estado matrimonial. Cierto día la señora llegó con anticipación de un viaje y sorprendió a su casquivano marido en la indebida compañía de una rubia al parecer extranjera, de carácter positivo y muy religiosa, pues en el curso del acto repetía una y otra vez: “Yea, yea!” y “Oh my God!”. Poseída por justificado enojo la ofendida esposa prorrumpió en invectivas contra su liviano consorte. Lo llamó “cab…”, y de a’i p’arriba. Don Chinguetas, sin perder el compás de tres por cuatro, valseadito, de la acción que en ese momento lo ocupaba, respondió a los denuestos de su mujer: “Qué injusta eres, Macalota. Yo a ti no te dije nada cuando chocaste el carro”. FIN.
Sigue nuestro canal de WhatsApp
Recibe las noticias más importantes del día. Da click aquí
Grupo Healy © Copyright Impresora y Editorial S.A. de C.V. Todos los derechos reservados