La reelección de “Alito”
“Recordé ayer la dolorida endecha al leer la noticia de que el Tribunal Electoral había convalidado la reelección del tal Alito como dirigente nacional del PRI. Eso significa que seguirá enterrando al partido que ayer fue aplanadora y que hoy se ve aplanado”.
“Quiero tener una muerte rápida”. Ese deseo expresó siempre don Geroncio, señor de edad madura. Pese a sus muchos años casó con Pomponona, mujer joven, lasciva, fogosa y de exuberantes prendas físicas. En la noche de bodas el anhelo del provecto caballero se cumplió. Murió en el acto. “Esta es la historia que contome un día / el viejo enterrador de la comarca. / Era un amante a quien por suerte impía / su dulce bien le arrebató la parca. / En una horrenda noche hizo pedazos / el mármol de la tumba abandonada, / cavó la tierra y se llevó en sus brazos / el rígido esqueleto de su amada. / Llevó a su novia al tálamo mullido / y se acostó junto a ella enamorado, / y para siempre se quedó dormido / al esqueleto rígido abrazado”. He ahí algunos versos del fúnebre poema -macabro, dirán otros- que hallé un día, niño yo, manuscrito en una libreta de mi padre. No incurría él en arrebatos líricos -su profesión de tenedor de libros lo inclinaba a la circunspección-, y tampoco era la letra de mi madre, de modo que la identidad de quien puso ahí esos versos sigue siendo una de las muchas preguntas sin respuesta que llevo conmigo, y que a veces me visitan en la duermevela. Oí después aquel poema cantado con música mediocre por Julio Jaramillo en la radiola de un lugar non sancto, y pese a estar yo ahí eso me pareció profanación de mi niñez y de mi casa. Recordé ayer la dolorida endecha al leer la noticia de que el Tribunal Electoral había convalidado la reelección del tal Alito como dirigente nacional del PRI. Eso significa que seguirá enterrando al partido que ayer fue aplanadora y que hoy se ve aplanado. Aún no es dable comparar con un rígido esqueleto al instituto llamado de la Revolución, pero no mentirá quien diga que está agonizante. Palmaria verdad dice otra tonada: “Las torres que en el cielo se creyeron un día cayeron en la humillación”. En el caso del PRI esa caída tardó 70 años. Hay quienes temen que la de Morena habrá de tardar el mismo tiempo. Riesgoso es hacer tal vaticinio: los días corren ahora más aprisa, y la gente no tiene ya ni la abnegación ni el conformismo de antes. Por eso es una pena que el PRI esté boqueando, como se dice de quienes se hallan a punto de entregar la zalea al divino curtidor, que el PAN se mire en igual trance de agonía y que haya desaparecido el PRD. Con una oposición inexistente; anulado el sistema de frenos y contrapesos indispensable en la vida democrática y suprimidas las instituciones autónomas que podían acotar el poder presidencial, vuele a surgir el poder hegemónico de un partido único y de una Presidencia todopoderosa. Hay una diferencia grande, sin embargo. En el antiguo régimen la clase política oficial cuidaba de guardar las formas; era eficiente en lo administrativo y mostraba cierta benevolencia en el actuar, salvo cuando se sentía amenazada, como en el 68, porque entonces sacaba garras y colmillos. Quienes ahora tienen el poder evidenciaron en el anterior sexenio un desprecio absoluto por la ley y las instituciones, una supina ineficiencia y una actitud malévola contra aquellos a quienes calificaban de adversarios. Hay ahora indicios alentadores, y aunque la nueva Presidenta se guarda de enfrentar a quien la puso al frente parece dispuesta a tomar su propio rumbo y a enmendar, siquiera sea paulatinamente, algunos de los mayúsculos errores de quien la precedió. Por eso ojalá AMLO cumpla su promesa, mil veces repetida, de que se estará quietecito y calladito en su ranchito de sonoroso nombre. La esperanza es lo último que muere. Confiemos en que no la sepultará el viejo enterrador de la comarca. FIN.
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