El danzón, una solemnidad
Los padres con hijos en edad escolar deben hacer grandes sacrificios para pagar las colegiaturas de los planteles particulares.
Candidito, ingenuo joven, no tenía otros conocimientos de la vida que los aprendidos en la lectura de las obras de monseñor Tihamér Toth. En una fiesta entabló conversación con una linda chica que al final se ofreció a llevarlo a su casa en su automóvil. En vez de eso dirigió el vehículo hacia el Motel Kamawa, donde junto con el asustado mancebo ocupó la habitación número 210. Ahí tuvo lugar lo que siempre tiene lugar ahí. Al terminar el trance Candidito, acongojado, le preguntó a la muchacha:
“¿Qué puedo hacer para reparar mi falta?”. Sugirió ella con una gran sonrisa: “Cométela otra vez”. (Habrá quien me pregunte cómo fue que el mozalbete, candoroso como era, e inexperto, supo llevar a cabo la consabida acción, y además al parecer con eficacia, a juzgar por la petición de su compañera, de un bis o encore. A quien sorprenda ese innato saber le recomendaré la lectura de “Dafnis y Cloe”, una deliciosa novelita pastoril de Longo, autor griego del siglo II A.C. Ahí se lee que la falta de experiencia en materia de sexualidad es suplida por el instinto, vale decir por la naturaleza. Ninguna otra instrucción es necesaria. En este caso lo que Salamanca no da, Natura lo presta). Cuando fui designado director del Ateneo Fuente glorioso, la institución educativa más antigua de Coahuila, doña Juanita Flores viuda de Teissier, inolvidable profesora mía de la secundaria, me llamó por teléfono y me dijo: “Armando:
Esto pasará”. Aquella sabia señora no quería que el elevado honor me envaneciera. No mucho tiempo después los quebrantos anejos a la vida llegaron a la mía. La maestra Teissier me llamó por teléfono y me dijo: “Armando: Esto también pasará”. No quería que las penalidades me abatieran. Tuve maestros excelentes, como ella, porque la educación pública en mi Estado natal ha sido siempre de muy alta calidad. La noble tradición normalista sigue viva, y las escuelas oficiales están a cargo de un magisterio bien preparado, responsable y entregado con empeño a su labor. Así, los padres de familia no necesitan recurrir a la educación privada por falta de calidad en las escuelas públicas. En otras entidades, por desgracia, los padres con hijos en edad escolar deben hacer grandes sacrificios para pagar las colegiaturas de los planteles particulares, pues las instituciones oficiales están en manos de “maestros” que pasan más tiempo en marchas y plantones que en las aulas. Igualmente los padres de familia se percatan de que algunos funcionarios de la SEP se ocupan mayormente del adoctrinamiento que de la enseñanza, y eso los lleva a dedicar buena parte de sus ingresos a procurar una educación de calidad para sus hijos. He ahí un oneroso impuesto adicional creado por la 4T y por los obsoletos dogmas de sus paniaguados. Me pregunto si eso también pasará. Quien no ha visto bailar un danzón como se debe no ha visto bailar. Más que un baile eso es una liturgia, una solemnidad. Ni las que oficia el Papa en Roma poseen la seriedad de ese rito, el danzón, al mismo tiempo sensual y elegantísimo, erótico y formal. Alguna vez vi a una pareja de edad madura bailar un danzón en los portales de Veracruz, y me pareció ver algo de más belleza y mayor dificultad y precisión que un pas de deux interpretado por Nijinsky y Pavlova. Pero advierto que me estoy perdiendo en digresiones coreográficas. A lo que voy es a narrar el caso del tipo y la muchacha que estaba bailando un danzón. El sujeto bajó la mano y la colocó en una de las túrgidas pompas de su bailadora. Ella, indignada, le dijo: “Quite la mano de ahí”. El tipo pasó su mano a la otra pompa y le preguntó, solícito: “¿Qué, ésta la traes inyectadita?”. Fin.
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