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Querétaro, un tesoro

Querétaro ha conservado su estilo señorial. Los antiguos conventos son hoy hostales de excelente calidad.

. Catón

De política y cosas peores

Desde niño amo las campanas. Las del templo de San Juan Nepomuceno me regalaban cada mañana con su son un nuevo día. Nunca han dejado de darme su canción. En Brujas oí caer sus notas desde la Torre del Comercio hasta las quietas aguas del canal del cisne. Vencí mi invencible acrofobia y subí a lo alto de la catedral de Notre Dame para conocer la gran campana que lleva el nombre de María, cuya voz, dicen los parisinos, se escucha a 40 kilómetros de distancia. En San Miguel de Allende percibí la tenue música de la esquila que sonaba -¿sonará todavía?- todas las tardes a las 7 y media, pues a esa hora murió la esposa del muy rico señor que dejó un cuantiosísimo legado para que ad perpetuam repicara esa pequeña campana en recuerdo de la amada muerta. Los lugareños llamaban a ese toque “las 8 chiquitas”. Este pasado fin de semana mi buena fortuna me llevó a Querétaro, y desde mi habitación de hotel oía llamar a misa en los templos cercanos. Ciudad levítica sigue siendo esa hermosa joya colonial. Cambió el quehacer, pero no el ser. Uno de los más importantes centros de la industria aeroespacial del mundo, Querétaro ha conservado su estilo señorial. Los antiguos conventos son hoy hostales de excelente calidad; algunas de sus casonas solariegas se han vuelto sitios de gastronomía refinada o elegante comercio. La tradición y la modernidad van de la mano en esta bella ciudad donde se siente la raíz de México y de lo mexicano. ¿A qué debí el privilegio de ir ahí? A la Filmaq, la Feria Internacional del Libro y Medios Audiovisuales de Querétaro. Presenté en ella mi más reciente libro, “México en mí”, que pronto, Deo Volente, llevaré a Tlaxcala, y a Oaxaca luego. Los años son benévolos conmigo, y me permiten seguir en mis ires y venires de juglar. Espero que su sabiduría me diga cómo pagar las deudas que contraje en aquella nobilísima ciudad. Primero con los generosos queretanos, que aplaudieron de pie mi perorata, formaron larga fila para obtener mi firma en su ejemplar o tomarse conmigo una selfie, y me colmaron de regalos: Libros, artesanías, dulces, panes, y un magnífico retrato de mi persona hecho por un joven y talentoso artista, Francisco Martínez. La bondadosa gente de Querétaro me hizo sentir no sólo que soy leído, sino también querido, lo cual importa más. Gracias a Marcela Herbert, directora de la Feria, que acudió a mi presentación y tuvo para mí conceptos y atenciones muy gentiles. Y una ventura inesperada: Haber conocido a Sofía Segovia, cuya espléndida novela, “El murmullo de las abejas”, es un hito en la nueva literatura mexicana; obra traducida a 20 idiomas y de la que se han vendido más de un millón de ejemplares. Me impresionó la sencillez de Sofía; su trato y su conversación fueron para mí dones de vida, lo mismo que su calidad humana. Leí su libro casi desde su aparición, pues muchas voces me lo recomendaron muchas veces, y sigo oyendo aún el murmullo de las abejas, igual que escucho todavía el son de las campanas de Querétaro. Por todo ello doy gracias al dador de las gracias. Y también porque hoy no tuve que hablar de política. Séame ahora permitido bajar el telón de esta columna con el relato de una lene historietilla inconsecuente. Pepito le preguntó a su abuelita: “¿Cómo se llama cuando una persona se acuesta arriba de otra?”. La señora tenía ideas modernas. Así, contestó sin rodeos: “Se llama relación sexual”. Y dio a su nieto una completa explicación del tema. Al día siguiente Pepito le dijo: “Te equivocaste, abuela. Cuando una persona se acuesta arriba de otra no se llama relación sexual. Se llama litera”. FIN.

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