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Hace 100 años: periodismo y poder

Abelardo Rodríguez fue un mandatario polifacético, un hombre de frontera que llega a Mexicali en 1920 y transforma, en esa década de los años veinte tan próspera para el mundo como para México, a Baja California como no lo había hecho ningún gobernador antes que él.

Abelardo Rodríguez fue un mandatario polifacético, un hombre de frontera que llega a Mexicali en 1920 y transforma, en esa década de los años veinte tan próspera para el mundo como para México, a Baja California como no lo había hecho ningún gobernador antes que él. Detengámonos, para comprender a un político como Rodríguez, a un militar que destacaba en lo empresarial, en algunos episodios claves de su régimen. El primero es su trato con la prensa. En su gobierno, los encarcelamientos de periodistas van a estar al orden del día. En muchas ocasiones, por el carácter tendencioso y personalista de las críticas, el gobierno o los funcionarios públicos, en su carácter de particulares, responden a estos “ataques” con la agresión física (golpes, balazos, improperios, quema de talleres de imprenta o de la propia casa de los periodistas) para defender su honor.

El caso más sonado ocurre el 11 de septiembre de 1924, en el cabaret El Molino Rojo de Mexicali, cuando el general Rodríguez acude a tomar unas copas con su séquito, que incluye a Alfonso Pellegrín, Ramón A. Pesqueira, el inspector de Policía Francisco S. Peralta, el jefe de la Policía Fiscal y de Campos Alberto C. García, así como a varios oficiales del Estado Mayor de la Jefatura de Operaciones, entre ellos el Capitán Ramón Rodríguez Familiar. Un par de los integrantes del grupo salen del cabaret y regresan trayendo a la presencia del gobernador a los periodistas José Cayetano Zepeda, director del periódico El Eco del Distrito Norte y a José Esperón, director del periódico El Monitor, a quienes golpean con saña, causándoles tales lesiones que requieren inmediata hospitalización.

Según unas versiones, el general Rodríguez no participa, pero da las órdenes para que se castigue a este par de periodistas que atacan en sus medios impresos a su régimen. En otra versión, el propio Abelardo golpea a ambos directores. El escándalo es mayúsculo y llega hasta la prensa estadounidense y mexicana (Excelsior y El Universal), que destacan la “hazaña” del general. Según José Castanedo (Minerva, diciembre 1972), “La Frontera y El Monitor se desatan en comentarios asaz tremendos y delatores de vicios del atrabiliario gobernante y pedían al gobierno del centro que lo destituyera. A Abelardo no le queda otra que armar una contracampaña de prensa con los periódicos ofíciales y oficialistas, entre ellos el siempre infaltable Mercurio. Así, este último publica primero una entrevista con el gobernador, donde Abelardo dice que “no es exacto que haya estado presente durante los sucesos” y que él sólo acompañó al grupo en un paseo por la ciudad (El “Molino Rojo” nunca es mencionado) y que en ese paseo “se habló de los ataques lanzados contra mi administración por Zepeda y Esperón durante la semana pasada y la presente, sin que esto dejara de ser una mera parte incidental de las pláticas que sostuvo con sus acompañantes, el capitán Rodríguez Familiar, su ayudante, con Alfonso Pellegrín, empleado del gobierno, y demás personas reunidas a su alrededor”. Luego sostiene que “poco después de las nueve de la noche me retiré a mi hogar”, despidiéndose del grupo e ignorando, a partir de ese momento, “a dónde se dirigían” sus acompañantes.

Esta versión es la oficial, la que circula en los periódicos del gobierno y se boletina a políticos y grupos afines a la administración rodriguista a nivel local, nacional e internacional, ya que el escándalo ha adquirido vuelo público y es el comentario del día en todo el país y el extranjero. Pronto Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles manifiestan su apoyo al gobernador y lo exculpan de los cargos de agresión. La versión oficial prevalece y prevalece en tanto el gobierno distribuye su versión de los hechos y luego saca a relucir su archivo confidencial con respecto a Covarrubias y El Monitor. Pedro F. Pérez y Ramírez, periodista que presencia los hechos, reconoce que la prensa fue sumisa al poder y por ello el gobernador recibió elogios y defensas exageradas acerca de su buena conducta y comportamiento, incluyendo dos sendas manifestaciones de respaldo, una el 14 y otra el 18 de septiembre de 1924. Y al final de cuentas la versión oficial se impone: Rodríguez no ha tocado a nadie ni con el pétalo de una rosa. Su carrera política está a salvo mientras los periodistas golpeados languidecen en el hospital y el escándalo va olvidándose ante otras noticias que la prensa sumisa vocea para acallar las protestas.

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