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Gloria Ortiz: la poeta ensenadense

Menuda, avispada, de risa triste, así la recuerdo. Así era Gloria Ortiz. Venida del sur, como tantos otros

Menuda, avispada, de risa triste, así la recuerdo. Así era Gloria Ortiz. Venida del sur, como tantos otros. Aclimatada a la brisa porteña de Ensenada. Poeta en toda la extensión de la palabra. Fue centro de tertulias y de encuentros allá, durante las últimas décadas del siglo XX, cuando el Instituto de Cultura de Baja California daba sus primeros pasos y ser poeta era una comunidad de voces que se extendía a lo largo y ancho de nuestra entidad. Si en los años setenta de aquella centuria había nacido el taller de Amerindia en Tijuana, para los años ochenta Mexicali, Tecate y Ensenada ya estaban en la misma sintonía literaria, con talleres de creación y encuentros de escritores, pero sobre todo con revistas. En Ensenada aparecieron Vida bajacaliforniana en 1984 y para 1986 ya existía Espiral, que daba a conocer a la nueva generación de poetas y narradores del puerto. La literatura giraba a través del impulso dado por Lauro Acevedo, Flora Calderón, Rolando de la Mora, Antonio Mejía de la Garza y poco después por la propia Gloria Ortiz.

La poesía era una algarabía, llena de voces distintas, pero de común acuerdo en escucharse unas a otras. Como lo decía la poeta Estela Alicia López Lomas (Esalí), si antes las mujeres poetas no tenían un espacio propio donde poder decir lo que les salía de su experiencia femenina, ahora eran otros los tiempos y cada poeta mostraba, en sus versos, “el encuentro de cuerpo entero con su ser entero, con su carne anímica y verbal”, de ahí que al estar conscientes de sí mismas era parte de un proceso de liberación a través de la escritura poética, que les servía para exponer, ante propios y extraños, lo que pensaban del mundo y el lugar que en ese mundo les correspondía como sujetos pensantes, como criaturas sensibles. Esto ya había sido explorado por una poeta como Rosina Conde, pero en el caso de Gloria Ortiz había algo más: la búsqueda incesante de sentido, de identidad, de apego a lo humano, de interés por captar en cada acto su trascendencia, en cada reflexión la clave filosófica de su ser-ahí-enel mundo. Poesía, la suya, existencialista de cabo a rabo: llena de preguntas, inquietudes, dudas, errores, aciertos, conmociones.

Volvamos a Estela López Lomas, quien dice por aquellos años, que “las poetas de la frontera, las poetas de Baja California, como todas las poetas mexicanas, traen la verdad de sus palabras en sus entrañas, en este centro receptor, formador, expulsor, ahí está la identidad y la verdad de su palabra”. En las poetas de esta generación se percibe que hay “vida y hay muerte, hay Dios y su ausencia”, hay el vértigo de la libertad y el costo que se paga por conseguirla en un mundo donde la mujer, por más liberada que esté, aún es vilipendiada por una cultura donde lo femenino no pasa de ser lo decorativo, de permanecer como objeto de deseo. Pero las poetas bajacalifornianas no se callan la boca, no aceptan el papel que la sociedad quiere imponerles a la fuerza. Se desatan de tales censuras. Arremeten contra los valores sociales en su rigidez y autoritarismo evidentes. No aceptan ser entes contemplativos, figuras pasivas, escritoras sin voz ni voto en el concierto de la cultura nuestra.

La soledad es un espejo se publicó de nuevo, junto con Heráldica y Ludi Mortis, en la colección La Rumorosa de la Secretaría de Cultura de Baja California en 2020, edición coordinada por la dramaturga ensenadense Virginia Hernández, quien acertadamente señala que “la brevedad fue su sino” y que Gloria, ante todo, fue “gran amiga, de vocación maestra, activista social y defensora de las mujeres; madre soltera y ama de casa, que se ganaba la vida dibujando por un dólar a los turistas en la calle Primera, y en sus ratos libres, solía escribir poesía. Sólo nos heredó su palabra, donde podemos descubrir su verdad y la nuestra.” Hernández tiene razón. Junto con poetas como Estela Alicia López Lomas, María Edma Gómez, Aglae Margalli, Elizabeth Cazessús, Flora Calderón, Ruth Vargas Leyva, Rosina Conde, Mara Longoria, Luz Mercedes López Barrera, Floridalma Alfonso y Delia Valdivia, entre muchas otras, Gloria Ortiz se introdujo en un grupo de autoras que la vieron como su par y apreciaron su obra poética en su desafiante autenticidad y en su hondura conceptual. Poesía de soledad en común acuerdo.

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