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El Tonino

En la década de los sesenta inicié un período de aprendizaje del trombón. 

Por el derecho a la libertad de expresión

En la década de los sesenta inicié un período de aprendizaje del trombón. Era una banda de música que emprendió mi Maestro Roberto Armenta Roa, sujeto bonachón, tranquilo, responsable y comprensivo. Tocábamos nuestras primeras notas en una aula sin más aditamentos que la presencia de alumnos interesados, instrumentos musicales de segunda o tercera mano, y el gran interés que nacía de nuestras aspiraciones musicales. Yo, como otros integrantes de la banda de música, solo lo intenté por un espacio corto de tiempo, pero, a la par de nosotros, el Tonino Perreta comenzaba a conocer la guitarra, que lo acompañó durante toda su vida y a la cual dominó en todos los trastes y cuerdas. La música fue, hasta donde recuerdo, su fiel compañera y con ella, llenó la vida de quienes fuimos adolescentes junto con él, en una etapa de la vida en la que no existía el contaminante de las computadoras, los teléfonos celulares, ni los juegos electrónicos. La década maravillosa de la adolescencia que todos hemos vivido y disfrutado.

No sé cuál comunidad, pueblo, ciudad o centro metropolitano no tuvieron grupos de música que les alegraba el tiempo, les facilitaba las relaciones sociales y apuntalaba las del noviazgo juvenil. En nuestro pueblo fue el grupo Triciclo,

aunque también se le conocía como de los Perreta. Cualquier canción que tocaban era una copia fiel de los cantores originales, pero en nuestro pequeño pueblo sonaba perfecta. La mancuerna de Roberto y el Tonino cantando Don’t let me down, de los Beatles, nos transportaba a regiones desconocidas mientras, abrazados, bailábamos con nuestras novias.

No sé cuándo llegaron a Tecate, no los ubico en mi memoria sino hasta que estuve en secundaria, allá por 1967, cuando por las calles caminaba el Tonino tocando la guitarra, ensimismado y concentrado en los sonidos. Tampoco lo recuerdo de otra manera, o sea, practicando algún deporte, o en el restaurante que tuvieron, o ayudándole a su padre con los vinos que elaboraban, o con alguna novia. Más bien, creo que fue un solitario compañero de las notas musicales, que lo transportaban por los sitios terrenales, y le hacían la vida vivible. El Tonino, sin embargo, siempre estuvo dentro de las pocas personas que me hubiera gustado tener como amigo. Fui su admirador y nunca tuve la oportunidad de manifestárselo, hasta que, un día, llegando a la Iglesia de Guadalupe, con mi madre en su silla de ruedas, cuando él, al mismo tiempo que nosotros, estaba tratando de subir a la banqueta, le dije, – Tonino, hice un artículo sobre ti y el Roberto en el Frontera, ¿lo viste? - Él me contestó que no, pero me dio la mano y la chocamos.

El Tonino fue parte de la hermosa época de la adolescencia de muchos tecatenses. Nos acercó a músicos internacionales a los cuales nuestra economía familiar no nos permitía el acceso en vivo. Hoy le hago esta sencilla remembranza porque ha muerto. No recuerdo que se le haya hecho algún reconocimiento de parte de los gobiernos municipales, pero no estaría de más que, post mortem, se realizará una ceremonia en su honor. Vale.

*El autor es licenciado en Economía con Maestría en Asuntos Internacionales por la UABC *-

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