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Los diarios de vida y su público

Ricardo Piglia (1940-2017), el famoso escritor argentino, en los últimos años de su vida se dedicó a revisar y editar los cuadernos donde escribió sus diarios desde que era un joven de 17 años.

Los diarios de vida y su público

Ricardo Piglia (1940-2017), el famoso escritor argentino, en los últimos años de su vida se dedicó a revisar y editar los cuadernos donde escribió sus diarios desde que era un joven de 17 años. Del material seleccionado publicó tres tomos de los mismos: Años de formación, Los años felices y Un día en la vida. Al presentar el primero de ellos, Piglia explicó que su vida se podía narrar siguiendo cualquier secuencia, dándole cualquier sentido, explorando cualquier tema que él había registrado: desde “las películas que había visto, con quién estaba, qué hizo al salir del cine, las mujeres con las que había vivido o con las que había pasado una noche (o una semana), las clases que había dictado, las llamadas telefónicas de larga distancia. Sus hábitos, sus vicios, sus propias palabras. Nada de vida interior, sólo hechos acciones, lugares, circunstancias que repetidas creaban la ilusión de una vida.” Su método era ofrecer una “multiplicación microscópica de pequeños acontecimientos” en fuga siempre hacia la muerte.

Eso, para nuestro escritor, era un diario: el relato de sí mismo en actos que aparecen y se repiten en la escala temporal de su existencia. Suma de conversaciones, libros leídos, trabajos para vivir, mujeres amadas, discusiones, paseos y comidas. Boceto de quién es por sus hábitos y costumbres, por sus ritos y experiencias. No un retrato completo para sus lectores sino un viaje de vida en marcha, de pensamientos propios, de creaciones en el filo de su realización día por día. Lo cierto es que muchos escritores son diaristas y mucho de lo escrito en sus diarios ha pasado a sus obras de creación: vivencias, descripciones de lugares y personas, diálogos, estados de ánimo, descubrimientos intelectuales. El diario no se circunscribe a una minuta personal sino que es también una reacción ante el tiempo que pasa, un recordatorio de que vivimos como todos bajo el manto del calendario de nuestro entorno, de nuestro país, de nuestro mundo. En Piglia lo podemos ver en su vida entre los altibajos de una Argentina peronista, militarizada, con perseguidos políticos, con guerra de las Malvinas, con democracia renovada.

Y no hay que pensar únicamente en los diarios de los escritores, que los más famosos son de personajes de la historia que sacudieron el mundo con su presencia y sus acciones. Pero a veces el diarista está tan concentrado en sí mismo que olvida la situación que atraviesa su entorno. El ejemplo mayor es el diario del rey Luis XVI de Francia, quien en su entrada del día 14 de julio de 1789, el día en que estalló la Revolución Francesa que llevaría a la caída de su reinado y finalmente a su decapitación, escribió: “Hoy no ha pasado nada”. Aunque, en realidad, estaba pasando todo. Pero eso es lo seductor de los diarios: nos muestran las cegueras ajenas, los errores de juicio, las salidas de tono, las ambiciones personales en el momento mismo en que todo está ocurriendo y el diarista ignora a dónde van los acontecimientos en que participa. Y es que, en el pasado, buena parte de los diarios no tienen como fin su publicación: son escritura privada para consumo del propio escribidor, donde se concentran sus opiniones sobre familia, vecinos, amigos y adversarios.

A veces el diario tiene como propósito su publicación, como sucedió con Salvador Novo y los diarios que dio a conocer aún en vida y bajo el título de La vida en México en los diferentes periodos presidenciales de nuestro país, empezando con los escritos en el sexenio de Lázaro Cárdenas y llegando hasta el sexenio de Luis Echeverría, diarios que eran más una pasarela de políticos y empresarios. Otras veces, esta clase de escritos se publica décadas después de su hechura, como el Diario público 1966-1968 del crítico literario Emmanuel Carballo. Como sea, en tiempos pasados, los autores de diarios eran defensores de que lo privado quedara fuera del alcance del público en general hasta que las personas mencionadas en los mismos ya hubieran muerto. Pero nuestra época, ávida por saber todos los chismes y donde el morbo es considerado una conducta apreciada, los diarios se han vuelto puertas de entrada a la vida íntima de los personajes célebres o famosos, donde nadie se calla sus prejuicios y apetencias, sus ridiculeces y tropiezos. Una escritura desinhibida, que atestigua los cambios sociales de nuestro tiempo. Recordatorio pertinente de que los otros son, al final de cuentas, demasiado parecidos a uno mismo.

*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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